La felicidad no es un medio, sino una meta. Dios mismo es la felicidad para todos los seres humanos. Y Dios no es un medio, es un fin al que nos dirigimos, seamos conscientes o no. Por eso, entre nuestros propósitos más inmediatos ha de figurar siempre la búsqueda de la felicidad, la nuestra y la de nuestros semejantes, con los que navegamos en la misma barca.
Estamos aquí para ser felices. Hemos sido creados para el amor y la felicidad, aunque nos empeñemos muchas veces en no amar y en ser infelices. Cuando vivimos la vida con sencillez y sin violencia, con serenidad y humildad, nos brota la alegría como el agua del manantial, sin violencia. Si, además, hemos hecho el propósito de hacer felices a los demás, la alegría se convierte en un medio para llegar a los otros y regalarle lo mejor de nosotros mismos.
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